domingo, 7 de febrero de 2016

Articulo sobre la novela Yrha y Luna, caminos cruzados. Por Vicente Rodriguez Ferrer





Love will tear us apart, again[1].
JoyDivision.

El amor no atañe a los géneros sino a todos los seres. Rompe las barreras espacio-temporales y transgrede imposiciones convencionales tan necesarias para la convivencia como absurdas para aquellas personas que trascienden el contrato social. Los espacios comunes, que este arrebatador sentimiento transita, son tan dispares como un mundanal parque, una fría oficina o Internet, “cruce de caminos” en el que se conocen los protagonistas de la novela: Taisa y Manuel, transfigurados en Luna e Yrha. Ambos, condenados a un platónico deambular en busca de la mitad perdida, van tropezando, una y otra vez, hacia su ineludible encuentro; el de dos seres predestinados a unirse en singular comunión, auspiciada por la eterna danza de la Luz y la Oscuridad. Estas fuerzas primigenias, en continua pugna, están salpicadas de claroscuros. Sus reglas no escritas propician un continuo desequilibrio, mas, cuando se aproxima el fatal desenlace, un principio corrector precipita, in extremis, una nueva tensa calma. Entonces, el metrónomo vuelve a marcar el compás con fingida parsimonia.
Taisa-Luna y Manuel-Yrha quedan atrapados por y en la red de redes, medio tramposo y sincero a la par, encrucijada donde puedes adquirir cualquier novedoso e inútil artículo o vender tu alma al Diablo. Intercambian mensajes que desencadenan el poder evocador de la palabra, la que hiere por sus mentiras y ciega por su verdad, ajena a la vacuidad. Negro sobre blanco, yin y yang. Palabras penetrantes que trascienden la imagen, que, silenciosas, reverberan en el interior de los amantes sin que aquellas puedan escapar, en forma de ondas, hacia el oscuro espacio exterior para ser engullidas por el olvido. A golpe de tecla, los dos apasionados personajes, van dando rienda suelta a su amor, mudando sus pieles, quemándolas en agónico éxtasis, quién sabe si prisioneros de un infernal círculo sin fin.
Pero con el transcurso del tiempo, se atisba lo inevitable. La desnudez de Luna, que se turba con cada gesto de Yrha, siente el premonitorio escalofrío de Taisa en los compases de espera, en sus inseguridades, en la posterior zozobra de Manuel. Taisa, cada vez más cercana a Luna, siente que Manuel se aleja de Yrha. Se muestra confusa ante la actitud excesivamente posesiva y ambigua de Manuel, que comienza a acotar la dualidad de su amada, saltando hacia un lado u otro, sin más criterio que su propio egoísmo.Invisible pero omnipresente, el maestro de marionetas, Alam Dan, continúa ejecutando, con autocomplaciente precisión, los movimientos orquestados de su infalible plan. Empujada por las circunstancias,Taisa emprende una huida hacia delante. Busca el abrigo de otros brazos, míticos algunos, impacientes, chamánicos o étnicos otros, pero se siente incompleta y mira, en la distancia, hacia su perenne refugio.

Apremiada por la ausencia y la sensación de abandono, que arrecian una agónica muerte en vida, Taisa-Luna lanza un grito desesperado a Yrha.Él aparece oportunamente, sin sospechar que Alam Dan prepara su apoteósicoacto final. Sus sutiles maniobras dan paso a la lacerante estigmatización simultánea de Taisa y Manuel. Éstos comprenden y, finalmente, convienen que la única manera de preservar su vital vínculo es inmolando una parte del mismo. Así que, como hizo Alejandro Magno en la costa fenicia, deciden quemar sus naves. Ambos contemplan de la mano cómo arden mientras se escribe su sentido y silente epitafio.
Resuena el eco de la obscena risa de Alam Dan. Entre tanto, a sus espaldas, desafiante, brilla la lemniscata con dos nombres grabados a sangre y fuego.


Love will find a way[2].
Yes.

Vicente Rguez Ferrer.



[1] “El amor nos destrozará, de nuevo”.
[2] “El amor encontrará un camino”.